Ella no tenía nada por lo que vivir; él se aferraba a ganarle a la muerte.
¿Qué diantres pudo estar pasando en la mente de una mujer que, cercana a cumplir treinta y cinco, decidió poner fin a sus días?
Fue algo más que simples pensamientos, fue una acumulación gota a gota que derramó un vaso injusto, insulso y mediocre. Y una vez desbordado, así como los ríos, su cauce se alteró.
Azucena, como quería que creyeran se llamaba, se cansó de vivir y cuando la muerte la llamó, resultó ser la cautivante voz, el alicaído cuerpo y el alma …