La lectura y meditación de los evangelios nos propone siempre un ejemplo
a seguir. Pero, ¡atención!, los evangelios nos presentan también un
escándalo. Porque en ellos se nos dice que Jesús, por lo que hacía y por
lo que decía, fue un hombre escandaloso. Los evangelistas lo afirman
repetidas veces y sin titubeos (Mt 11, 6; 17, 27; 26, 31; Mc 14, 27; Jn
6, 61). Y san Pablo lo confirma (1 Cor 1, 23; Gal 5, 11).
El
Evangelio nos enseña así que en la vida tenemos que ser personas
ejemplares. Pero también nos dice que no nos debe …
La lectura y meditación de los evangelios nos propone siempre un ejemplo
a seguir. Pero, ¡atención!, los evangelios nos presentan también un
escándalo. Porque en ellos se nos dice que Jesús, por lo que hacía y por
lo que decía, fue un hombre escandaloso. Los evangelistas lo afirman
repetidas veces y sin titubeos (Mt 11, 6; 17, 27; 26, 31; Mc 14, 27; Jn
6, 61). Y san Pablo lo confirma (1 Cor 1, 23; Gal 5, 11).
El
Evangelio nos enseña así que en la vida tenemos que ser personas
ejemplares. Pero también nos dice que no nos debe dar miedo resultar
(quizá) escandalosos. Por eso la lectura y meditación del Evangelio
termina siendo una especie de agonía, en el sentido etimológico de esta
palabra: ágon = lucha. Porque afrontar la lectura y meditación del
Evangelio es afrontar un combate. El combate interior que todos llevamos
dentro de nosotros mismos. El combate de nuestra propia humanidad
contra la deshumanización que rompe nuestras vidas.